LA TERZA MADRE
Dario Argento, 2007Asia ArgentoAdam JamesUdo KierMoran Atias3,5/5El cine de Dario Argento ha amasado un merecido prestigio cimentado en obras de excelente acabado como Profondo Rosso (1975) o Suspiria (1977), con las que renovó visualmente las claves de un género habitualmente denostado por parte de la crítica fílmica más reaccionaria. No obstante, ese crédito ha ido agotándose con el paso de los años y la confección primero de títulos para la gran pantalla no tan afortunados, y más tarde de producciones televisivas que no terminan de despejar dudas (véase Jenifer y Pelts, ambas integradas en la antología Masters of Horror), relegando el nombre de Dario Argento de la rabiosa actualidad a un discreto segundo (o tercer) plano. Parecía idóneo que una hipotética vuelta a la grandeza estuviese vinculada a la conclusión de la mítica trilogía de Las Tres Madres, integrada por la ya mencionada Suspiria y por la controvertida y fascinante a partes iguales Inferno (1980), largo tiempo esperada por los fans más fieles. Así llegamos a La Terza Madre, filme destinado a zanjar con rotundidad la discusión en torno al estado actual del talento creativo de Dario después de años de especulaciones. ¿O no? Una vez repasado el título, la cuestión, como era de esperar, no tiene una respuesta sencilla.
La trama de la película arranca en
Viterbo (
Italia) con el descubrimiento de una antiquísima urna de contenido presumiblemente sobrenatural, la cual es enviada a
Roma para que sea analizada por
Michael Pierce, director de un destacado museo de arqueología y entendido en la materia. Dos de sus trabajadoras la abren sin esperar a su patrón e inconscientemente desencadenan el poder de
Mater Lachrymarum, terrible bruja que pretende instaurar una nueva era de la oscuridad en la
Tierra. Hechiceros de todas partes del mundo acuden a rendir pleitesía a la curvilínea dama ataviada por una túnica sagrada mientras la violencia irracional se apodera de las calles de
Roma.
Sarah Mandy, hija de la bruja blanca que en el pasado combatió a
Mater Suspiriorum, parece ser la única esperanza de la humanidad en estos momentos de gran necesidad. Lástima que la mujer se vea superada por la repentina asimilación de una realidad paralela a la cotidiana que hasta hace poco le era totalmente desconocida.
Competir con el desbordante festín visual de la anterior entrega de la saga,
Inferno, era tarea complicada, pero da la impresión de que
La Terza Madre ni siquiera lo intenta. Donde antes se rodaba en preciosos decorados
art déco iluminados con un tratamiento del color atrevido y de un efectismo (y acierto) insultante, aquí pasamos a una impersonal fotografía carente de misterio que, salvo contadas excepciones, se muestra poco propicia a atender a los requerimientos plásticos de lo narrado. Ignoro si se trata de una decisión artística consciente, o si por el contrario ha sido motivada por limitaciones técnicas y presupuestarias (me inclino por esta última opción), pero el resultado se halla muy alejado de logros pretéritos del director. Es más, cuando
Dario echa mano de la imaginería propia del
fantastique, como en las apariciones de la madre de
Sarah (interpretada por la progenitora en la vida real de
Asia Argento), ya sea por su inoportunidad conceptual o contextual el filme se resiente.
Por otra parte, desconcierta el abundante gore con el que se salpican numerosas escenas por su explicitud y contundencia. Si bien el autor italiano nunca ha sido pacato en la materia, raramente se había deleitado con tanta crudeza en la pura casquería más propia de paisanos como
Fulci. Tampoco cuadran algunas viñetas que, supuestamente, buscan inspiración en la obra pesadillesca de
El Bosco, pero que se encuentran mucho más cercanas a las fantasías sadomasoquistas de
Clive Barker.
Pero sin duda el mayor reproche que se le puede hacer a
La Terza Madre es su desacertado casting. Empezando por unos policías, cuyo papel en el argumento es más que discutible, de esquivo carisma, siguiendo por el conjunto de brujas y hechiceros (entre el histrionismo y la vergüenza estética) que parecen haber sido abducidos de una partida en vivo de
Vampiro: La Mascarada, y terminando por la propia
Mater Lachrymarum. Que la sospechosa anatomía de
Moran Atias sea apetecible de ver es indigno de discusión, pero para un rol que se supone embebido de unas características de poderío sobrenatural bien hubiese convenido buscar una actriz con mayores dotes interpretativas (de los otros, cirugía o naturaleza responsable, anda bien servida) o, al menos, de una presencia magnética. De lo contrario se corre el riesgo de restar impacto a sus apariciones, como sí sucede, lo cual se echa en falta especialmente en el final de pretendida espectacularidad.
El panorama no es tan funesto como dejan intuir los párrafos anteriores. Validando el dicho "el que tuvo, retuvo", Argento cocina un plato en apariencia poco suculento pero disfrutable de principio a fin. A un ritmo casi trepidante se nos hace partícipes de la irrupción de El Mal pocos minutos después de haber concluido los títulos de crédito. La inmersión en lo sobrenatural se produce de una manera súbita, brutal y desconcertante tanto para el espectador como para el personaje principal estableciéndose una comunicación entre ambos en lo que sólo puede ser un gran acierto del director. Al igual que en Inferno, la amenaza omnipresente de lo desconocido se esconde tras cada puerta, en cada calle, creando estática en el ambiente y permaneciendo incólume hasta los compases finales. En este caso el peligro es expansivo, ya que no se ciñe a personajes aislados, sino que se desarrolla y crece también a plena luz del día a la vista de todo el mundo. No existe escapatoria.
Hablando de comunicación, resulta de singular interés el diálogo artístico establecido entre Argento padre y Argento hija, por las inevitables connotaciones observables. El aprendizaje de Sarah sobre lo oculto está trufado de esfuerzos que obtienen recompensas, pero también severos castigos en una sádica dinámica de ostentación de poder y dependencia fácilmente interpretable desde la óptica de las relaciones paterno-filiales. Igualmente, quién puede evitar sonreír ante el incestuoso recreo con el cual el hombre tras la cámara recorre el cuerpo desnudo de su hija en la habitual escena de ducha de la protagonista femenina.
La Terza Madre presenta numerosos problemas ajenos a su calidad intrínseca como filme. Ha de competir con aclamados títulos de la filmografía de Dario Argento (peor aún; con su valoración en el recuerdo) y con las circunstancias contextuales en las que ha sido producido, enfrentándose a la responsabilidad de despejar incógnitas, de replicar de manera inequívoca a aquellos que ponen en entredicho la capacidad del maestro. Quizás en eso falle, porque las carencias y errores son cuantiosos y se descubren a simple vista, pero por lo pronto goza con el discutible honor de ser la mejor película de terror que he visto en lo que llevamos de año. Declino en otros la labor de despedazar al italiano; a mí siempre me ha gustado llevar las manos limpias a la mesa.