Satán nos cae mejor
ALUCARDA, LA HIJA DE LAS TINIEBLAS
Juan López Moctezuma, 1978
Alucarda toma prestados numerosos elementos, diálogos incluidos, de la seminal novela de vampiros Carmilla escrita por J. Sheridan Le Fanu en 1872 y los traslada a un contexto distinto sobre el cual se pueden establecer paralelismos. Al igual que en la obra literaria, el motor de la historia en el filme es la fascinación mutua ejercida entre dos muchachas, una de las cuales está ofuscada por un halo de misterio mientras que la otra posee una notoria inocencia. Sin embargo, en el caso de la película de Moctezuma se enriquece el plano interpretativo al trasladar el escenario de un castillo austriaco a un (como poco) peculiar convento.
El cine de terror nos tiene acostumbrados a las dobles lecturas, y en el caso que nos ocupa no es difícil atisbar una nada velada crítica a la religión si bien parece que el conjunto de personajes se sitúe mayoritariamente a su favor al final de la trama (otra cosa diferente es el posicionamiento moral del espectador). Alucarda es una sensualista en un entorno extremadamente represivo hasta límites enfermizos. Cierto es que la religión cristiana ha infundido desde siempre el temor (a Dios, a la condenación, a Satán, al pecado…) como instrumento para incrementar la devoción del pueblo, ya sea valiéndose de la palabra o de ominosa imaginería visual, pero en este título se representa el hecho de manera limítrofe con lo paródico. Así, los hábitos de las monjas parecen mortajas ensangrentadas, el altar donde se adora a Cristo y el mismo convento (¿excavado en roca?) tienen un aire harto grotesco, y las hermanas más que fe emanan locura y se flagelan con un sadismo inusitado.
La alternativa ofrecida por Satán es, sin lugar a dudas, más saludable.
El Príncipe Oscuro representa para Alucarda y su amiga Justine una aceptación de la naturaleza, de la vida y de sus placeres. Del propio cuerpo y del amor (que sea entre personas del mismo sexo es relevante, pero menos). Tomar partido es sencillo, lo cual no impide que las consecuencias sean terribles para ambas. La incomprensión y el rechazo se manifiestan en toda su brutal crueldad. Y aunque el fuego se combate con un fuego aún más abrasador en el apocalíptico final, Moctezuma empatiza con sus criaturas y les confiere gestos que difuminan la sensación de hallarnos sometidos a una mirada adoctrinante (al contrario, por ejemplo, de lo que sucedía en Satánico Pandemonium de su compatriota Gilberto Martínez Solares).
Es posible que Alucarda sea una película con mensaje y que esconda un canto en contra de la intolerancia, pero tampoco quisiera que el lector se quedase con la idea de que se trata de un panfleto de denuncia social enmascarado porque el título funciona esencialmente como cinta de género. De hecho, quizás sea uno de los exponentes más destacados, al menos en sus aspectos artísticos, de la corriente de cine de explotación religioso. Quien busque sangre y desnudos a buen seguro los encontrará, aunque quizás quede defraudado por el buen gusto y la contención con la que son expuestos dichos elementos. Sin embargo, una ambientación única (desde el inquietante vestuario hasta unos emplazamientos rurales de extraña belleza) y, sobre todo, el luctuoso y espectacular tramo final consiguen dotar a la cinta de un ambiente opresivo que la sitúa al nivel de otras obras destacadas del subgénero como Interno di un Convento (1978) del esteta polaco Walerian Borowczyk.
Juan López Moctezuma, 1978
Alucarda toma prestados numerosos elementos, diálogos incluidos, de la seminal novela de vampiros Carmilla escrita por J. Sheridan Le Fanu en 1872 y los traslada a un contexto distinto sobre el cual se pueden establecer paralelismos. Al igual que en la obra literaria, el motor de la historia en el filme es la fascinación mutua ejercida entre dos muchachas, una de las cuales está ofuscada por un halo de misterio mientras que la otra posee una notoria inocencia. Sin embargo, en el caso de la película de Moctezuma se enriquece el plano interpretativo al trasladar el escenario de un castillo austriaco a un (como poco) peculiar convento.
El cine de terror nos tiene acostumbrados a las dobles lecturas, y en el caso que nos ocupa no es difícil atisbar una nada velada crítica a la religión si bien parece que el conjunto de personajes se sitúe mayoritariamente a su favor al final de la trama (otra cosa diferente es el posicionamiento moral del espectador). Alucarda es una sensualista en un entorno extremadamente represivo hasta límites enfermizos. Cierto es que la religión cristiana ha infundido desde siempre el temor (a Dios, a la condenación, a Satán, al pecado…) como instrumento para incrementar la devoción del pueblo, ya sea valiéndose de la palabra o de ominosa imaginería visual, pero en este título se representa el hecho de manera limítrofe con lo paródico. Así, los hábitos de las monjas parecen mortajas ensangrentadas, el altar donde se adora a Cristo y el mismo convento (¿excavado en roca?) tienen un aire harto grotesco, y las hermanas más que fe emanan locura y se flagelan con un sadismo inusitado.
La alternativa ofrecida por Satán es, sin lugar a dudas, más saludable.
El Príncipe Oscuro representa para Alucarda y su amiga Justine una aceptación de la naturaleza, de la vida y de sus placeres. Del propio cuerpo y del amor (que sea entre personas del mismo sexo es relevante, pero menos). Tomar partido es sencillo, lo cual no impide que las consecuencias sean terribles para ambas. La incomprensión y el rechazo se manifiestan en toda su brutal crueldad. Y aunque el fuego se combate con un fuego aún más abrasador en el apocalíptico final, Moctezuma empatiza con sus criaturas y les confiere gestos que difuminan la sensación de hallarnos sometidos a una mirada adoctrinante (al contrario, por ejemplo, de lo que sucedía en Satánico Pandemonium de su compatriota Gilberto Martínez Solares).
Es posible que Alucarda sea una película con mensaje y que esconda un canto en contra de la intolerancia, pero tampoco quisiera que el lector se quedase con la idea de que se trata de un panfleto de denuncia social enmascarado porque el título funciona esencialmente como cinta de género. De hecho, quizás sea uno de los exponentes más destacados, al menos en sus aspectos artísticos, de la corriente de cine de explotación religioso. Quien busque sangre y desnudos a buen seguro los encontrará, aunque quizás quede defraudado por el buen gusto y la contención con la que son expuestos dichos elementos. Sin embargo, una ambientación única (desde el inquietante vestuario hasta unos emplazamientos rurales de extraña belleza) y, sobre todo, el luctuoso y espectacular tramo final consiguen dotar a la cinta de un ambiente opresivo que la sitúa al nivel de otras obras destacadas del subgénero como Interno di un Convento (1978) del esteta polaco Walerian Borowczyk.
3 Comments:
Fascinante ha de ser esta película; estaré atento, porque al lado de mi casa suele haber ofertas de DVD de cine de terror mexicano.
Eche un vistazo, porque la edición española es carne de saldo (si tiene la suerte de encontrarla) a precio irrisorio.
Saludos.
Quizás me quede con lo superficial pero tan solo decir que, aunque no la he visto, el título siempre me ha parecido prometedor, ese Dracula inverso y en femenino.
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