18.2.07

El mejor amigo del vampiro

DRACULA'S DOG

Albert Band, 1978

Durante una excavación rutinaria en Rumanía el ejército ruso descubre un mausoleo consagrado a resguardar los restos mortales de la familia Drácula. Destapando los ataudes se puede apreciar un cuerpo indefinible atravesado por una estaca que, por supuesto, habrá de ser retirada de inmediato. Es entonces cuando el ser que permanacía inerte cobra vida abalanzándose sobre la garganta de su benefactor para sorber su líquido vital. Se trata de Zoltan, un perro furioso que nos regala un flashback en el cual observamos como Drácula se acobarda ante los gritos de una joven que iba a servirle de cena, decidiendo transformarse en murciélago y atacar a un can que se hallaba por las inmediaciones. Es el bautismo a una nueva existencia perruna como no-muerto; destino que no habrá de transitar solo, pues su antiguo amo también es transformado por Drácula en un fiel sirviente carente de voluntad. Cuando Zoltan termina de recordar, abre el ataúd de su amo y retira la estaca para revivirle. Éste le informa mediante comunicación telepática que, en vez de destapar el féretro de su maestro que tienen justamente al lado, han de buscar al descendiente actual de Drácula a fin de seguir sus órdenes. Únicamente supone viajar miles de kilómetros hacia los E.E.U.U. cuando la alternativa exigiría un par de minutos de trabajo, así que no hay conflicto alguno y sin más dilación se disponen a abandonar el continente.
El infeliz descendiente del Señor de los Vampiros es el padre de familia (y poseedor de dos perros adultos y dos cachorros) Michael Drake, dispuesto a pasar unas vacaciones en el cámping rodeado de su familia. Pero las buenas intenciones se van transformando en un panorama pesadillesco una vez llegan al lugar, puesto que sus perros comienzan a desparecer misteriosamente por la noche ante el acoso de un peligroso animal no identificado. Lógicamente es Zoltan, que está reuniendo un ejército de perros-vampiro con el cual dominar el mundo. Sin embargo necesitan un maestro, y ese es el papel que le tienen reservado a Michael, le guste o no.

Si ha de haber una película en la que los actores inhumanos ganen la partida a sus compañeros homínidos, que sea Dracula's Dog. Tanto Zoltan como el resto de animalitos se muestran convincentes en un amplio rango de emociones tales como rabia, pena, confusión, ansiedad y ganas de rascarse por infección parasitaria. Claro que los elogios tendrían que compartirse con los pacientes entrenadores que han logrado la consecución de semejante magia fílmica. Y si se tercia siempre se puede echar mano de congelar la imagen, usar patas artificiales y planos hiper-cerrados para transmitir agresividad cuando los actores se preocupan más por lo que van a cenar esta noche que por lo que está sucediendo en el plató de rodaje.
La mejor forma de plasmar la maldad inherente a un can vampírico, amén de confiar en el talento interpretativo del chucho, es pintarle los ojos por encima de los fotogramas mientras se reproduce un ululante sonido. Explotar el recurso hasta la saciedad puede ser el camino óptimo para apartar de la mente los enormes agujeros de guión que amenazan por devorar al filme. Es una lección que, como un mantra, se inculca en el vidente con la absoluta convicción de estar rodando un producto serio y adulto. Prueba de ello es que Zoltan no lleva la atávica capa que suele ir unida a pueriles interpretaciones del mito vampírico.

Dracula's Dog es un espectáculo tan triste como una fiesta de cumpleaños a la que invitas a todos tus conocidos pero sólo aparecen tus padres (portando matasuegras en la boca). No obstante, también es un entretenimiento consistente que ejerce un curioso efecto de fascinación sobre el espectador manteniéndole interesado durante la totalidad del metraje. Una posible explicación puede encontrarse en esa pista de sonido en la cual se reciclan aullidos y ladridos repetidos en un bucle interminable. O en esos primeros planos a traición de Reggie Nalder transmitiéndole órdenes telepáticas a Zoltan de alta complejidad semántica ("Sí, Zoltan, sí" o "No, Zoltan, no") mientras pone la mismita cara de quien acaba de chupar un limón.

El caso es que tras su visionado resultará complicado mirar con los mismos ojos a un cachorro (o a una caravana, ya puestos). Fíjense que escenas en las cuales un vampiro emerge de su tumba subterránea se han rodado cientos, pero el efecto de sustituirlo por un perro que escarva su camino hacia la libertad, con sus propias pezuñas diminutas, confiere a lo conocido de una nueva y sobrecogedora perspectiva. Ni siquiera pestañeamos ante las más atroces ocurrencias del cine gore, pero, ¿quién puede evitar un vuelco al corazón cuando presenciamos a Zoltan alimentándose de un inocente perrito?
¿Usted?
¡Desalmado!

1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

UAU.

O, aun mejor: GUAU.

3:41 p. m.  

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