27.10.06

Psychopathia Sexualis


THE FLESH TRILOGY

Michael y Roberta Findlay, 1967-1968

Michael Findlay
Suzanne Marre
Ron Skideri
Uta Erickson

3/5

Michael
y Roberta Findlay aprovecharon la coyuntura de los años 60 y 70 como base de operaciones para hacer algunos del los filmes más viles de la historia del cine. De entre ellos quizás el de mayor fama sea Snuff (1976), de explícito título y engañosa apariencia. Lo que en un principio iba a ser una película más de hippies con sus raciones de senos y apaleamientos fue oportunamente remontada tras aparecer los primeros rumores sobre la existencia del fenómeno snuff. El último rollo de la cinta contenía una escena (a modo de pegote) en la cual los supuestos directores asesinaban a una chica de manera no simulada delante de las cámaras. Por descontado todo el asunto era pura ficción, y cualquiera con dos dedos de frente podía darse cuenta, pero no fue suficiente para impedir que la obra causase un gran (y lucrativo) revuelo.

Hoy en día, y tras ¿padecer? numerosas aberraciones procedentes de Japón, semejante parafernalia a lo único que podría aspirar es a un leve enarcamiento de cejas, pero en su momento supuso un hito para la sub-industria de cine norteamericana. Claro que el matrimonio Findlay ya había puesto a prueba los límites de lo moralmente tolerable con la saga fílmica actualmente conocida como The Flesh Trilogy, formada por tres sugerentes títulos: The Touch of her Flesh, The Curse of her Flesh y The Kiss of her Flesh.

En ella el propio Michael se encarga de interpretar al personaje principal, Richard Jennings, un originalísimo psicópata que haciendo gala de una ética reprobable se dedica a eliminar a cualquier jovencita que se encuentre cómoda con su sexualidad obteniendo un sádico placer en el acto. Todo un papelón bajo el cual Michael se divierte visiblemente, y es que si aceptamos de manera literal la filosofía de la historia (y por extensión de la filmografía de la pareja) se podría calificar a los Findlay de pervertidos abocados a todo tipo de "ismos". Tal carrera explotativa pedía a gritos un final a la altura de las circunstancias, y al menos Michael lo obtuvo; poco después de la grabación de Snuff fue decapitado por la hélice de un helicoptero en un patético y desgraciado accidente. Su mujer Roberta continuaría rodando mugrientas cochinadas hasta bien entrados los años 80, sin gozar de la popularidad lograda durante su aventura compartida.

Como legado dejaron esta audaz "Trilogía de la Piel" cuyo guión abrió nuevos caminos para multitud de terroristas surgidos del underground; algunos transitados posteriormente hasta la saciedad, mientras otros conservan su frescura como conservados al vacío. Para dejar constancia de ello, a continuación se detallan los argumentos de los tres filmes en profundidad. Aún así me temo que no será suficiente para hacerse una idea del frenesí contenido en sus fotogramas en blanco y negro.
A los Findlay hay que verlos para comprenderlos... y tal vez amarlos.

The Touch of her Flesh

Nada más comenzar la película somos testigos de una de las señas de identidad principales del ciclo consistente en presentar los títulos de crédito de una forma un tanto... inusual, pero indudablemente divertida. En esta ocasión los rótulos se proyectan por encima del cuerpo de una mujer desnuda desde diferentes ángulos y perspectivas. Qué duda cabe que así se garantiza el prestar atención a información importante que suele pasar desapercibida. Uno se estremece pensando en las posibilidades que esta técnica podría aportar a los estudios secundarios, por poner un ejemplo.

Tras este espectáculo pasamos dentro de una habitación donde Richard Jennings se encuentra practicando tiro con ballesta en presencia de su mujer, Claudia, echada en el sofá. Cuando termina se dirige a ella y le informa de que va a partir a Boston por motivo de negocios. Al parecer, poco le importa que reciba el mensaje pues ni siquiera la despierta para ponerle al día. Tan pronto como sale por la puerta entra un hombre que despreocupadamente comienza a retozar con Claudia. Mal hecho, puesto que el Sr. Jennings ya se halla de vuelta al comprobar que ha olvidado unos documentos vitales para su trabajo.
Richard se queda paralizado al presenciar la sórdida escena que está representándose en su dormitorio. Después de asimilar lo sucedido huye corriendo como si le persiguiese el espíritu de las navidades pasadas con la fatal consecuencia de que es atropellado por un coche. Una vez despierte en el hospital le espera una ingrata sorpresa: en el accidente ha perdido un ojo y ha quedado temporalmente paralítico. Sin recuperarse del duro golpe moral vuelve a su casa equipado con un parche en el órgano dañado, silla de ruedas mediante, y a duras penas consigue tumbarse en la cama buscando un reposo que finalmente no llegará, porque le asalta una pesadillesca visión en la cual una insistente voz le insta a castigar a todo el género femenino por sus pecados.

La alucinación da paso al ajetreo de una discoteca donde una joven negra ejerce de gogó. En un descanso entre actuación acude al camerino a cambiarse y recibe rosas de un admirador anónimo. Al cogerlas se pincha con una espina, lo cual es un fastidio que no le impide volver a escena. Allí da rienda suelta a un frenético baile en paños menores bajo la atenta mirada de Jennings que llega a su fin súbitamente, cayendo muerta la protagonista al frío suelo.

De ahí dirigimos la atención hacia un almacen en medio del bosque. Dentro nos reecontramos con Claudia, ajena a la suerte de su marido, que está pintando desnuda a su amiga (¡y puede que algo más!) Janet. Richard por su parte tiene mejores cosas de las que preocuparse como, por ejemplo, acudir a un show de striptease. El simpático tullido observa la actuación en su integridad para después lanzar un dardo envenenado a la artista.
Los venenos son adictivos. Si llegas a utilizarlos en una ocasión, repites. Nada como contemplar con total impunidad a tus víctimas retorciéndose de dolor en el suelo, nada.
Bueno, puede que disfrutar de un granizado de café en buena compañía sea más gratificante, pero, ¿dónde queda el efecto dramático?

El caso es que la acción se traslada a la calle donde Janet, la Chica Florero, conversa con una prostituta ante la vigilancia de Jennings, que las espía agazapado. No se explica cómo ha conseguido averiguar la relación entre Janet y Claudia o si el hecho de que se la encuentre por la calle es algo fortuito. Poco importa, pues segundos después se marchan al piso de la mujer de vida alegre.
En el mencionado cuchitril demuestra que no está físicamente atado a la silla de ruedas, amenaza a la chica con un cuchillo de proporciones metafóricas y consigue sonsacarle el lugar de las ilícitas reuniones entre las dos mujeres. Tras ello demuestra una nula compasión y la apuñala repetidas veces (no sin antes manosearle un poco los pechos de paso, ya puestos...).
Richard encuentra el almacen sin excesivas dificultades y pilla in fraganti a su mujer. Después de zarandearla un rato empieza a desvestirla mientras se marca el siguiente (glorioso) speech: "Mi querida Claudia... déjame ver tus tetas... ¡las que él tanto deseaba! Quiero tocarlas, quiero sentirlas... ¡antes de que mueras!" y acto seguido el muy bruto la decapita con una sierra industrial dejando perdido el suelo.

Janet, por su parte, se revela mucho más apañada que su amante y se apropia de la ballesta que portaba Jennings, logrando acertar en el blanco. Éste desfallece y un fundido en negro lleva a pensar que ha vivido sus últimos minutos de miserable vida.

¿Será cierto? Si tuviese que apostar me decantaría por el no. Veremos qué dicen las continuaciones...

The Curse of her Flesh

La secuela arranca con un nuevo show de striptease sucedido por diversos planos de un hombre haciendo sus necesidades en los servicios del local. De paso se distrae mirando las pintadas del cubículo, entre las cuales aparece la relación del equipo artístico del filme. El ingenio de los Findlay vuelve a convertir en atractivo lo rutinario.

Transcurrido un tiempo prudencial con los sucesos de la primera entrega, Jennings se halla inmerso en una triple vida: Propietario de un sucio club nocturno, encargado de mantenimiento del mismo (con barba y sin parche) y eventual psycho-killer. Es el momento de reecontrarse con Steve, el adultero malandrín que originó esta espiral de violencia nihilista.
Por algún extraño motivo el susodicho se ve en la obligación de soltar un larguísimo monólogo a la cámara en un avanzado estado etílico mientras lee el periódico, tratando todo tipo de temas sociales, pero especialmente la problemática nuclear (?). Y si esto les resulta chocante imaginen secuencias intercaladas de un par de chicas ataviadas con billetes de dólar a modo de taparrabos entregándose a juegos sáficos para después, en una explosión de júbilo inesperada, ponerse a menear las caderas cuando el cuarto se convierte en una discoteca (??). Finalmente, una de ellas asfixia a la otra con un cojín ante la pasividad de ésta (???).

Mientras tanto, Jennings se coloca el parche de nuevo (parece que por gusto, ya que tiene los dos ojos intactos contradiciendo lo narrado en la primera cinta) y emplea su look misterioso para seducir a otra jovencita.
Una vez en su piso demuestra que no ha perdido las buenas costumbres y aprovecha un despiste de la propietaria para verter veneno en un cenicero, aplicándolo sobre las patas de su gato. El desenfreno sexual les lleva hasta la cama, donde la muchacha se tumba desnuda con la única cobertura del minino, colocado púdicamente sobre su sexo. A continuación viene un diálogo sin desperdicio (lamentablemente demasiado extenso para reproducirlo íntegro) en el cual se suceden juegos de palabras en torno al término "pussy" (en inglés, tanto gatito como vagina). Como colofón, Richard achucha al animal hasta que éste araña a su dueña, infectándola con el veneno y fulminándola casi al instante.
Absurdo es un rato el plan, pero en el contexto de la película funciona a la perfección.

Ha pasado demasiado desde el último numerito y va siendo hora de ponerle remedio. En esta ocasión una mujer se lía a latigazos con otra que permanece atada a unos pilares. Cuando se aburre saca una navaja destinada a hacer trizas parte de la ropa interior de la pobre indefensa. Para compensar tamaño desagravio lame sus heridas en una muestra de desinteresada generosidad. Parece que la víctima no le guarda rencor alguno por el ultraje, puesto que hacen las paces de una manera muy afectuosa.
En el backstage descubrimos que el nombre de la sádica es Stella y no sólo eso, pues allí le espera Jennings con una inusual propuesta. No todos los días tratan de convencerte de que te presentes en casa de una chica para hacerle el amor. Ella demuestra una escasez de prejuicios muy de agradecer y acepta. Con la más peregrina de las excusas (usar su teléfono... ¡ja!), se planta delante de su puerta. Lejos de importunarse, le invita a pasar no sin antes advertirle que se ve obligada a dejarla sola, pues estaba a punto de darse un baño (claaaro...). Como era de esperar, Stella no tarda mucho en entrar a acompañarla, ante la total aprobación de la bañista. De ahí parten hasta el dormitorio, donde la cómplice de Jennings se dispone a penetrarla gracias a la ayuda de un strap-on con la sorpresa de que cuando lo hace la chica agoniza hasta la muerte. La homicida demuestra tener ciertos remordimientos (no muchos, la verdad) y acude a quejarse a Jennings, que la contenta prometiéndole cinco mil dólares después del show de esa misma noche. El original espectáculo consiste en salir al escenario completamente atada a otra chica e intentar librarse de las cuerdas haciendo uso de la boca. Lo que ambas no sospechan es que éstas han sido previamente cubiertas por un veneno que al hacer contacto con sus fluidos corporales tiene un efecto mortal.
Adiós Stella. Bye, bye.
Tras el asesinato de un policía que estaba investigando las desconcertantes muertes en una escena confusa como pocas y un nuevo (sí, otro más) número de striptease, nos trasladamos al interior de una librería al cargo de Jennings (!) en la que entra una mujer llamada Laura, que no es otra que la novia del adúltero Steve. Richard le cuenta que sabe mucho acerca de ella y su prometido. Como, por ejemplo, que él piensa equivocadamente que es virgen, cuando perdió esa condición a los 12 años. Dejando a las claras que es consciente de que sólo le interesa casarse con Steve por su dinero, le propone hacer un trato en el que ambos saldrán beneficiados.

Pasan seis meses y nos encontramos en la habitación de un hotel donde la mencionada pareja hace el amor. Inesperadamente reciben por mensajería un rollo de película remitido por Jennings. La curiosidad es muy grande y Steve no se resiste a ponerlo. El filme en cuestión viene incluso títulado ("Squash Crazy", por si alguien pregunta), en un alarde de socarronería. En él aparece Laura a pesar de que ésta lo niegue con argumentos de lo más peregrinos. Se muestra como coge un calabacín del frigorífico y va al encuentro de un hombre encapuchado con el cual tiene relaciones sexuales. Durante el apasionado acto, el siniestro anónimo le introduce el calabacín con gran regocijo. De ahí cortamos y pegamos a una cutre-consulta médica con un doctor muy rudo que le hace una exploración ginecológica a Laura con el fin de restaurar su virginidad. Aparentemente una espátula es el mejor instrumento para tales menesteres, conocimento que guardo a buen recaudo por si en un futuro me pueda ser de utilidad.

La proyección finaliza y Steve se cabrea lo suyo, hasta tal punto que se carga a Laura de un arponazo sin ningún miramiento. Entonces Richard hace una entrada espectacular, saliendo de detrás de un biombo portando un gran machete en la mano. ¿Pretenderá usarlo para podar las plantas de la habitación? ¡No! Pues declara entre alaridos demenciales que hasta que no le corte el pene a su amiguito no piensa darse por satisfecho. Seguidamente se produce una trepidante persecución por las calles de la ciudad con el resultado previsto: Steve recibe su merecido y termina hecho una pena a causa de los machetazos.

El filme termina con la indescriptible risa de un eufórico Richard y los siguientes rótulos escritos a mano:

1- ¿Terminará ahora la sangrienta carrera de Richard Jennings?
2- ¿Ha satisfecho su lujuria por la sangre de chicas desnudas?
3- No se pierdan The Kiss of her Flesh, pronto en este cine.

(Y seguidamente en esta página.)

The Kiss of her Flesh


El final de la trilogía da comienzo con el asalto de un hombre cuyo rostro está oculto por un pasamontañas (¿adivináis quién?) a una mujer que se encuentra paseando por la playa. Sin ningún miramiento la golpea con una llave inglesa hasta que queda inconsciente, momento en el cual se la lleva una cabaña en medio de la nada. Con la vista puesta en no despistar a los recién incoporados a la función, Jennings recita un monólogo en el que expone su bajísima opinión sobre el género femenino.
Es una buena ocasión para dar la alternativa a los títulos de crédito, que en este caso vuelven a utilizar el recurso empleado en The Touch of her Flesh con una ligera variación. En vez de proyectarse sobre el cuerpo de una mujer desnuda se diseminan por el mismo en pequeños trozos de papel con forma de labios, remitiendo así al propio nombre del filme.

Nuevamente en la cabaña, hallamos a Richard comiendo marisco y echando una miradita ocasional a su nuevo e indefenso trofeo. Pero la pasividad no dura demasiado y tortura durante un rato a la chica que, fuertemente atada, poco puede hacer para defenderse. Como armas utiliza unas pinzas de cangrejo con las que se dedica a darle pellizcos por todo el cuerpo, un artilugio formado por un par de tenedores unidos y, por último, una batería eléctrica en combinación con unos cables aplicados a sus pendientes que sirve para convertir a la mujer en una crujiente torrija.

Sin ligazón aparente la cámara aborda a una pareja en pleno desenfreno amoroso. Tras unos minutos de sobeteo la mujer anuncia que tiene una sorpresa para él que va a ser muy de su agrado. Mete la mano en el cajón de la mesilla de noche y saca unas bolas chinas que comienza a introducir por el recto del chico ante su momentanea desaprobación (tampoco es que se resista demasiado, la verdad). La música ambiental cambia radicalmente a un son de tambores africanos durante el proceso. Llegado el clímax, la mujer procede a tirar del objeto con el acompañamiento de unos alaridos que parecen robados de un cartoon de la Warner. Poco después suena el teléfono y la pizpireta profranadora anal recoge la llamada. Según informa a su novio, Cleo, la mejor amiga de su hermana Dora, ha sido asesinada por Richard Jennings. Por si no le conoce, recapitula oportunamente los sucesos acaecidos durante las dos primeras películas.

Maria, pues ése es el nombre de la protagonista, decide poner fin a las maléficas actividades de Jennings ante la ineptitud de la policía, ya que cualquiera podría ser su siguiente víctima, incluyendo su hermanita o ella misma. Toma rumbo hacia el hogar de Dora y allí se la encuentra tejiendo para matar el rato. La charla discurre distendida considerando que hace un tiempo considerable desde que las dos hermanas no se ven. Maria le pregunta por su compañera Mona y Dora le informa que está enferma esperando al doctor en la cama. También se interesa por el estado de su relación con ella, recibiendo la siguiente respuesta: "No lo sé. Bien, supongo. Pero... sigo estando pillada contigo, Maria. Nadie es capaz de hacer las cosas que tú haces. ¿Qué sabe Mona de hacer el amor? Maria, tú eres la experta. ¿Recuerdas la primera vez que mamá nos sorprendió juntas? Nos dio una buena paliza, pero eso no nos detuvo."
Maria es una mujer fascinante, vaya, y a cada minuto que pasa despierta mayor interés.

La cuestión es que por mucho que intente desviar la conversación hacia el asesinato de Cleo, Dora no demuestra excesivo entusiasmo y vuelve una y otra vez a rememorar su incestuoso affair. Tanto es así que, cómo no, las dos hermanas terminan demostrando su afecto en la cama, exhibiendo unas braguitas francamente llamativas para gozo del espectador.

A la mañana siguiente Maria decide abandonar la casa antes de que Mona despierte, no sea que se tome a malas lo sucedido hace apenas unas horas. Saliendo por la puerta coincide con el médico recién llegado, que no es otro que el propio Jennings disfrazado. Cuando lo común sería añadir accesorios para ocultar la propia identidad, Richard hace justamente lo contrario y se despoja de su característico parche.
De esta guisa se presenta a Mona, anunciando que suple a su doctor habitual al encontrarse indispuesto. Le pide que se desnude e inicia su reconocimiento, descubriendo unas rojizas marcas en sus muslos. Mona le explica que son responsabilidad de la lengua de su amiga Dora (que, por cierto, ha abandonado su habitación y observa la escena por el ojo de la cerradura). El falso doctor le dice que lo mejor en estos casos es un masaje terapéutico y a eso se dedica con entusiasmo no sólo suyo, sino también de la paciente y de Dora que comienza a masturbarse ante el tórrido espectáculo. Como es lógico, vuelven los tambores tribales de fondo. Cuando la práctica termina Jennings le da un gel de ducha a Mona y le aconseja que se lave sus partes íntimas con él si quiere que los dolores desaparezcan... para siempre.

Al abandonar la estancia Dora felicita al doctor por su peculiar aplicación de la medicina, y de paso le pide consejo debido a que el onanismo no consigue satisfacerla. Acuden al salón para discutir el tema junto a la chimenea de la forma más primitiva posible. No obstante, Jennings parece descontento con las habilidades de la chica y la insta a que le practique una felación. Dora no tarda demasiado en dejar de hacerse la remolona y se entrega a la tarea en unos primerísimos planos en los que se aprecia que la supuesta piel que se desliza por su boca tiene más bien la textura del plástico. Satisfecha, le pregunta si le ha gustado y ante su extrañeza Richard explota en sonoras carcajadas. No tarda en comprender que se está muriendo... ¡¡¡pues acaba de ingerir semen venenoso!!!
Ajena a todo este ajetreo, Mona se levanta de la cama y entra en la ducha. Recuerda usar el gel prescrito con terribles resultados, ya que empieza a sangrar abundantemente tan pronto como toca su piel... ¡¡¡el mejunje era un potente ácido!!!

En la habitación de su hotel Maria se plantea si ese pintoresco médico no podría ser en realidad Richard Jennings (y eso que anteriormente lo había considerado un maestro del disfraz), e, inquieta, vuelve a casa de su hermana donde le espera un paisaje desolador. Jennings se encuentra en su camioneta lejos de allí, incrédulo ante la suerte que se le presenta en forma de mujer autoestopista. Ésta le agradece que le permita subir al vehículo, pero también le advierte que no solamente busca hacer un viaje, sino también algo más. No hará falta que se explique mejor, puesto que acto seguido se desnuda por completo y se desplaza a la parte trasera de la comioneta, donde le invita a acudir con gestos incitantes. Lo normal en estos casos, vamos.
Jennings desempolva su discurso en el cual equipara al género femenino con la raza porcina y se dedica a quemar la planta del pie de la chica con el mechero del coche. Evidentemente, ésta no queda muy contenta con su acción y trata de escapar infructosamente. Le queda sufrir un insistente mordisqueo y estrujamiento de pechos hasta que Richard pierde la pasión y pone fin a la tortura a lo bestia. Es decir, abrasando los bajos de la mujer con un soplete que tenía en la cabina del conductor.

Maria por su parte convence a su novio de que le ayude a eliminar al psicópata, no sin antes hacerle sufrir por sus crímenes. Su plan incluye acudir a su falsa consulta médica arguyendo solicitar un reconocimiento. Mientras se desviste coloca un bisturí bajo la camilla donde ha de tumbarse y Jennings, que está espiando la escena detrás de una pantalla, ni siquiera se inmuta.
Richard inicia su ritual de masajeo de senos interrumpido cuando saca una inyección con la intención de clavársela. A Maria no le hace mucha gracia la idea y le inserta el bisturí en el brazo para después salir huyendo de la casa. El maniaco parte en su búsqueda, pero tan pronto como sale por la puerta el novio de Maria se le abalanza encima dejándole k.o.

El despertar es ciertamente extraño. Amordazado e inmóvil, se le plantea un macabro panorama. Maria y su novio van a hacer el amor delante de él, lo cual no tendría nada de alarmante a no ser que una escopeta cuyo gatillo está atado a tu pene te estuviese encañonando, cosa que, desgraciadamente para él, sucede. La erección es inevitable, pero al sonar el click nada sucede. Y es que la pareja se ha propuesto jugar con él tanto como sea posible. Con tales fines salen a recoger leña, pero Jennings, que se las sabe. todas consigue liberarse en su ausencia.

A continuación se produce una de las típicas confusas secuencias de acción marca de la casa en la cual Jennings persigue a los enamorados machete en mano a través de varios escenarios. La pelea es encarnizada, a pesar de lo cual Uta Erickson, actriz encargada de interpretar a Maria, no puede evitar partirse de la risa en diversas ocasiones. Motivos no le faltan para reir, porque su novio atina a lanzar el machete con la suerte de atravesar por completo a Richard Jennings poniendo un punto y final definitivo a su vida. Los propios Findlay se encargan de dejarlo bien claro en un rótulo que sirve de amarga despedida a la trilogía.

Existen una serie de elementos clave que confieren uniformidad a la saga, siendo el más importante de los cuales la cosificación de la mujer.
Quien haya prestado atención a las tramas anteriormente expuestas llegará a la conclusión de que el machismo campa a sus anchas por cada uno de los minutos del metraje. La mujer no es un ser humano, sino un objeto de placer. Concretamente un cuerpo carente de voluntad. Y cuando hace uso de ella, demuestra guiar sus actos en base a la lujuria y la transgresión de lo permitido, remitiendo a la Eva que tienta a Adán con la Fruta Prohibida.
Semejante incorrección política obtiene su contrapartida si analizamos el comportamiento mostrado por el género masculino. Las ridículas ideas sobre la virginidad del adúltero Steve y, especialmente, la doble moral del perturbado Richard Jennings equiparan a hombres y mujeres en el pestilente fango de lo miserable. En cualquier caso, lo teatral de las situaciones planteadas y del diálogo aporta un punto de distanciamiento irónico que hace mucho más disfrutable la función.

Relacionado con el anterior aspecto nos encontramos con otro elemento predominante en la trilogía: los senos.
Los senos, sí, al haberlos en abundancia (a pares, obviamente) y de todo tipo de tamaño, consistencia, color y forma. Cualquier amante de las redondeces verá satisfechas con creces sus necesidades de unas partes del cuerpo tan agradables. De hecho, resulta complicado encontrar un sólo minuto en el cual no se enseñen pechos ocupando parte del campo visual.
No sucede lo mismo con la vagina, obligando la fecha de producción a un pudor a la hora de mostrar el sexo femenino que se traduce en interposiciones de objetos diversos y desviaciones de cámara con el fin de preservar la intimidad de las chicas. Los Findlay no se vieron amedentrados por dichas restricciones y con cada filme progresaron en la eliminación de ese lastre (paralelamente al incremento de la morbosidad de los argumentos), colando desnudos frontales íntegros en The Kiss of her Flesh.
A decir verdad, la creación del matrimonio es presa de un vouyerismo obsesivo que no duda en dedicar largos y ligeramente tediosos planos a la contemplación de cuerpos desnudos. El producto ofrecido se halla muy ligado a las sintonías particulares de directores tan contrapuestos como Russ Meyer y Jess Franco (especialmente en su afición por los números de striptease).

Mención destacada merece la vibrante y variada banda sonora en la que tiene cabida casi cualquier estilo. Desde música clásica a surf, soul, rock, pasando por ritmos africanos.
No se sorprendan si terminan tarareando la pegadiza "Right Kind of Loving" en el momento menos pensado. Pura lujuria auditiva que casa estupendamente con las lúbricas imágenes de los filmes.

Quizás la mayor asignatura pendiente de la saga sea la dirección, aunque incluso en este aspecto se podrían aceptar matices. Uno puede pensar que el patoso montaje (véanse las escenas de acción) es fruto de la ineptitud de los directores y posiblemente acierte, si bien el conjunto posee un halo de psicotronía desatada que puede llegar a confundirse con un ejercicio de estilo. Tampoco ha de descartarse la pobreza de medios como causante de los principales desbarajustes fílmicos al descubierto. Baste comentar que dos de las tres películas fueron rodadas sin sonido y posteriormente dobladas debido a las grandes carestías presupuestarias.

En el apartado de objeciones también podría incluirse el guión de las tres cintas, pero para el que esto suscribe sería un error. Y esto es así porque a pesar de incurrir en numerosas incoherencias, trampas argumentales y saltos de lógica estratosféricos, en el ánimo de los Findlay no está buscar más que una leve excusa para mostrar las dosis de gore y desnudos que el público demanda. No creo que nadie opine lo contrario después de ver los primeros minutos de The Touch of her Flesh, por lo que si esto es lo suyo posiblemente sea capaz de sacarle un gran partido a las correrías de Richard Jennings.

17.10.06

Déjà vu

LA CASA SPERDUTA NEL PARCO

Ruggero Deodato, 1980

Tom
y Lisa se dirigen a la casa de unos amigos para celebrar una de esas aburridas fiestas yuppies en las que se ponen discos horribles y las conversaciones terminan versando invariablemente sobre mobiliario de diseño o la penosa situación del Tercer Mundo. Por el camino se les estropea el coche y se ven obligados a parar en un taller de reparación. Allí conocerán a Alex y Ricky, unos más que peculiares mecánicos que se preparaban para cerrar el negocio y salir a quemar la noche. Tras unas complicadas negociaciones conseguirán convencerlos de arreglar el auto a cambio de de ser invitados a la celebración. Un trato ventajoso para Alex, pues está acostumbrado a buscarse su propia diversión por adverso que se muestre el entorno. ¿El método? La violación y el asesinato, algo que quizás tenga ocasión de practicar durante la velada.
El caso es que Alex exhibe su versión modosita al llegar a la mansión, pero la forma en la que Ricky baila como un tarado ante el jolgorio general y el comportamiento de calientabraguetas de Lisa (que si tócame el muslo, que si frótame la espalda mientras me ducho...) terminan por agotar su paciencia. Pronto se desata la violencia y unos cuantos apaleamientos oportunos minan la moral de los machos del lugar. El resto, intimidar a las mujeres, es sencillo... o eso parece. Alex y Ricky se las prometían muy felices con la perspectiva de una noche de violaciones a punta de navaja, mas someter a estos insufribles snobs se convierte en una tarea más difícil de lo que esperaban.

Ruggero Deodato, autor de la infame Cannibal Holocaust (1980), dirigió este producto a la sombra de The Last House on the Left (Wes Craven, 1972) durante una época en la que asquear al espectador no era tan sólo una opción, sino que casi se trataba de una prerrogativa. Para que se hagan una idea, La Casa Sperduta nel Parco es tan similar al filme de Craven que el personaje interpretado por David Hess apenas cambia de nombre de una producción a otra (de Krug a Alex), pero conserva su perturbadora idiosincrasia intacta. Muy probablemente la intención de Deodato fuese homenajear la película mencionada aprovechando la relajación moral facilitada por el paso del tiempo para ampliar y recrudecer el repertorio de villanías a fin de contentar a un público cada vez más perverso. El resultado bajo esta perspectiva es un fracaso, puesto que la violencia es bastante comedida y solamente personas altamente impresionables tendrán problemas para soportar ciertas escenas (los cortes ejercidos sobre el virginal cuerpo de Cindy, por poner un ejemplo). Lo que es indiscutible es que en materia de desnudos frontales (ellas, como siempre, y muy especialmente la anatómicamente admirable Annie Belle) se pone en marcha la maquinaría al completo, si bien las recreaciones de agresión sexual no son tan brutales como cabría esperar. Por paradójico que parezca, The Last House on the Left y su pésima combinación de nihilismo salvaje y humor tontorrón gana en malrrollismo a la cinta de Deodato, en la que no hay lugar para un mal chiste que rebaje la tensión.

La Casa Sperduta nel Parco es pura y auténtica basura fílmica, y como tal se afronta preferentemente desde una perspectiva lúdica que impide tomarse a sus personajes demasiado en serio. Cuando se apela a los bajos instintos de la audiencia cuesta empatizar con el sufrimiento de unas víctimas que, además, no son gimoteantes peleles, sino desafiantes miembros de la alta sociedad. Uno se sorprende deseando que Alex y Ricky obtengan un poco de diversión torturando a esa pandilla de estirados cuyo patrón de comportamientos levanta bastantes sospechas. La explicación se halla en el último acto, enmarcada en un final inesperado coherente con lo visto pero en el límite de la credibilidad. Y cuando se ponen las cartas sobre la mesa, demonios, la simpatía por el agresor sexual no hace más que aumentar. ¿Será un efecto deseado por el director? Chi lo sa? Lo cierto es que el carismático David Hess, dotado de una distintiva fisonomía facial, contribuye a incrementar las simpatías hacia el bando integrado por los villanos de la función. Después de todo, estos y la consecucción de sus deseos (y de los nuestros por añadidura) son la razón de ser de este entretenido vehículo de vulgar explotación. No se confundan: aquí se viene a disfrutar, no a padecer.

9.10.06

Egotour polaco

SANATORIUM POD KLEPSYDRA

Wojciech Has, 1973

Joseph se dirige a visitar a su padre moribundo en un tren donde tanto el paisaje observable a través de las ventanas como los pasajeros, en aparente trance, y el propio estado del vehículo conforman un escenario preternatural que escapa a la razón. Sensación que se mantiene tras la llegada al sanatorio en el que se halla ingresado su progenitor, pues la curiosa estructura del edificio unida a su decadencia extrema no se ajustan a las expectativas concebidas sobre instalaciones dedicadas al cuidado de la salud. Tampoco le tranquiliza la conversación con el médico que atiende a su padre. Los métodos terapeúticos que dice emplear se asemejan a las fantasías de un lunático. Según él, en el interior del recinto el transcurso del tiempo se detiene e incluso retrasa, por lo que, mientras que sus pacientes estarían muertos en el mundo exterior, aquí mantienen sus constantes vitales indefinidamente. Es el inicio de un recorrido por la psique de Joseph en el que se rememoran pasajes de su infancia junto a su padre, amigos, conocidos... en un constante cambio de escenario fuera de toda lógica.

Sanatorium pod Klepsydra adapta relatos del célebre escritor polaco (y víctima del Holocausto Nazi) Bruno Schulz desechando cualquier atisbo de narrativa convencional y sometiendo al espectador a un maremagnum de imágenes y conceptos de difícil racionalización. En cierta forma recuerda a películas precedentes como la mágica Valerie a Týden Divu (Jaromil Jires, 1970), si bien en este caso resulta más complicado interpretar simbolismos y dotar de coherencia satisfactoria a lo expuesto. El planteamiento del filme exige una participación activa del receptor al que no le faltará trabajo si pretende descifrar los códigos ocultos diseminados a lo largo de las dos (exhaustivas) horas del metraje. Claro que siempre queda la opción, acertada a mi parecer, de dejarse llevar por el viaje gozando de las vistas y los sones sin pararse a procesar más allá del mínimo obligatorio. Cualquier otro plan de defensa puede llevar a perderse irremediablemente por los vericuetos de este egotour (en el que probablemente se confundan autor y personaje) con la única guía del reloj de pulsera y la válvula de escape proporcionada por el mando a distancia.
En caso de necesidad se podría tachar el humor de esta cinta de, y perdonen el tópico, onírico; permitiendo articular elementos tan dispares como los siguientes: desfiles de elefantes, los Tres Reyes Magos discutiendo sobre las bondades del pago al contado frente al uso de créditos, portales espaciotemporales bajo las camas, figuras de cera mitad humanas mitad robot, personas con cabeza de pájaro, judíos cantando al unísono con los brazos tendidos al Sol, espeluznantes soldados en busca de objetivos... Demasiadas viñetas, demasiado caóticas como para tratar de aprehenderlas.

Algunos críticos ven en la obra una alegoría sobre los padecimientos del pueblo polaco bajo el yugo nazi. No obstante, y a tenor de lo presenciado en el filme, me inclino por unas intenciones mucho más intimistas basadas en la explotación de las jugosas y eternamente conflictivas relaciones paternofiliales. Pero a falta de un mayor conocimiento de la producción del escritor las posibles interpretaciones no son excluyentes, sino complementarias. Suerte que para disfrutar de los maravillosos escenarios de la película, en especial de los construidos al aire libre, del detallista vestuario, del llamativo uso del color (verde naturaleza, blanca tez, intensos rojos), de la ominosa banda sonora, no hacen falta tratados literarios ni teorías esotéricas. El "exotismo centroeuropeo" posee suficiente poder de fascinación por sí mismo como para cautivar los impresionables ojos de espectadores sureños como el que esto escribe.
Abstenerse aquellos que consideren el desarrollo lineal de acontecimientos un requisito sine qua non para la construcción de todo artefacto fílmico. Mejor así; el resto estaremos cómodos y disfrutaremos de espacio para estirar los pies.