Latigazos mudos
THE PUNISHMENT OF ANNE
Radley Metzger, 1976
Rebecca Brooke
Carl Parker
Marilyn Roberts
Yvette Hiver
3,5/5
En un mundillo tan propenso a la deshumanización y a la anemia artística como es el del Cine X, se convierte en misión baldía encontrar voces singulares que consideren al medio como algo más que un vehículo mediante el cual confeccionar un (lucrativo) producto. Independientemente del disfrute que se obtenga del visionado de las cintas de dicho género, cuestión que no debería trascender la esfera íntima del espectador por motivos obvios, el hallazgo de méritos creativos dista de ser la norma. Situación agravada por el paso del tiempo, ya que, tras el auge del vídeo en los ochenta, las producciones se destinan exclusivamente al soporte doméstico con el abaratamiento que ello conlleva a todos los niveles (incluido el artístico). Aquí el término "cine de consumo" adquiere su máxima expresión. Lo que se ofrece es un paquete de estímulos listo para fagocitar y olvidar a la misma velocidad con la que las imágenes abandonan la pantalla del televisor. Es una filosofía del "todo vale" en la que basta con ser capaz de sostener la cámara y apretar el botón de "on" para poder apropiarse legítimamente del rótulo de director. Mientras se exhiban cuerpos en apareamiento (con un lujo de detalle progresivo) la satisfacción estará garantizada.
No obstante, en los felices setenta el ahínco de nombres como los de Gerard Damiano (Deep Throat, The Devil in Miss Jones) o los Hermanos Mitchell (Behind the Green Door, Resurrection of Eve) nos hicieron creer en las posibilidades de lo explícito y en un futuro en el cual se abriesen nuevos e insólitos caminos para narrar (el énfasis es intencional) otro tipo de historias cinematográficas. Entre esa limitada lista de benditos se encuentra Radley Metzger, también conocido como Henry Paris, el mejor director de Cine X de la historia bajo el humilde criterio de esta recóndita parcela en la red de redes.
Encasillar a Metzger como pornógrafo, sin embargo, es pecar de restrictivo. Su interés por el erotismo antecede a la revolución que supuso el estreno comercial de Deep Throat en 1972 y la relativa normalización del género consecuente. En títulos como Therese und Isabelle (1968) y Camille 2000 (1969) dio numerosas muestras de su querencia por la anatomía femenina así como de una sana ausencia de prejuicios, mientras que en The Score (1973) derribaba barreras y se permitía el lujo de incluir escenas de sexo explícito homosexual en un contexto de lo más elegante. El salto a la X, inducido sin duda por una mayor rentabilidad pero también libertad artística, trajo consigo títulos memorables como The Private Afternoons of Pamela Mann (1975) con su delicioso (y bobalicón) sentido del humor, la imprescindible The Opening of Misty Beethoven (1976), versión picante de El Pigmalión dotada de un sobresaliente montaje y un bello (sí, bello) final, o Barbara Broadcast (1977), en la que Annette Haven irradia belleza cual aparición sobrenatural. Metzger también hizo sus pinitos en el mainstream en una versión actual de The Cat and the Canary (1979), pero la experiencia no fue del todo positiva y su carrera como director para todos los públicos se vio abortada. Desde 1984, año en que fue fechada The Princess and the Call Girl, no ha firmado nuevas obras, por lo que estudiar su producción se reduce necesariamente a un trabajo de arqueología. Queda la duda de conocer cómo se hubiese desenvuelto el artista durante los inciertos años de la vorágine del VHS y si su particular estilo podría haber llegado a hacerse un hueco, por qué no, entre los reputados auteurs de nuestros tiempos.
Probablemente no se halle muy lejano el día en el que su figura obtenga el reconocimiento que se merece y se reivindique su filmografía en festivales de prestigio. Aunque un Quentin Tarantino que sirva de espaldarazo no acostumbra a surgir de debajo de las piedras...
The Punishment of Anne se sitúa en un término intermedio entre sus escarceos con el softcore y su idilio con el hardcore. El sexo, a pesar de ser no simulado (en su mayor parte, al menos), ocupa una reducida proporción del minutaje y siempre está al servicio de la trama que a continuación se resume: Jean, aburrido en una fría e impersonal fiesta de la alta sociedad, posa su mirada sobre una exquisita criatura de cabellera dorada. El lugar y el momento parecen los indicados para tratar de lograr una nueva conquista, mas sus intentos son en vano ya que la muchacha, llamada Anne, se muestra cohibida y quizás esclavizada bajo el yugo de su autoritaria amiga Claire. Entre Jean y Claire surge una espontánea amistad que derivará en planes futuros conjuntos como un paseo por el parque acompañados por la callada Anne. Es entonces cuando Jean será consciente de la extensión de la relación entre las dos mujeres. Anne pide a sus dos acompañantes que se detengan para buscar un sitio donde hacer sus necesidades fisiológicas al no poder contenerse y Claire le replica que se alivie a la vista de todos, pero en especial a la de su nuevo amigo. La joven, visiblemente humillada, accede no sin vacilar y posteriormente Claire le castiga por su insolencia inflingiéndole arañazos en los muslos con las espinas de una rosa que ha cortado del mismo jardín. Tras este inusual episodio Jean encuentra fortuitamente a Anne en una librería y se acerca a hablar con ella. Sin la presencia de Claire, Anne es una mujer totalmente diferente y la extrema sumisión demostrada el día interior da paso a una insolencia que bordea en el desprecio. Lejos de disuadirle en sus propósitos, Jean encuentra esta contrariedad estimulante y decide que ha de poseer a esa chica cueste lo que cueste, por lo que intensifica los lazos que le unen a Claire. Entre los tres se forja un pacto tácito que implica dominación tanto mental como física (látigos, cadenas, agujas, mordazas... el lote completo), así como exhibición y ofrecimiento público. Un triángulo en aparente equilibrio cuyo punto débil pronto amenaza con quebrarse, desbordando las pasiones y estropeando la diversión.
Al igual que en el resto de filmes de Metzger, los personajes de The Punishment of Anne se ganan tal denominación y trascienden la mera excusa argumental con la que hilvanar una serie de viñetas eróticas. Respiran, palpitan, orinan, sufren, ríen (si bien en este caso el sentido del humor típico del director parece estar de vacaciones), sudan, comen y beben. Ocupan un volumen en el espacio en perpetuo movimiento, no limitando su campo de acción a lugares reservados lejos de miradas inquisitivas. Residen en ciudades, no en cubículos anónimos. Pasean, conducen, escriben, leen. A veces incluso demuestran tener una orientación política. En resumen: viven. O por lo menos se crea la ilusión de tridimensionalidad suficiente como para que el espectador establezca unos mínimos lazos empáticos con esas marionetas de carne (efecto poco habitual en el género que nos ocupa).
También reincide en la fascinación por la clase alta, su vestuario, sus fiestas, sus tapices y lo que bulle en los amuermados cerebros de sus integrantes, ansiosos por descubrir nuevos juegos con los que animar su monótona cotidianidad aun a costa de los sentimientos ajenos. La escenografía se cuida al detalle, eligiendo localizaciones con sabiduría y plasmando suntuosos platós que se encuentran más allá de las posibilidades (no sólo económicas) de la mayoría de los espectadores. Metzger mima la estética sin llegar a someterse a ella para mutar en un diseñador de inocuas fantasías plásticas (como pudiera ser el caso, y sin apartarse de la materia, de Andrew Blake). La imagen importa, pero no es el todo.
Desarrollar de manera satisfactoria un guión de carácter tan minimalista sin disponer de un apropiado talento interpretativo hubiese sido una tarea harto complicada. Afortunadamente el trio protagonista al completo aborda su papel con dignidad y oficio, regalando gestos y matices que hacen funcionar a un texto cuyos recovecos argumentales, especialmente en su tramo final, discurren por el camino de lo implícito. El lenguaje corporal toma el mando de la función y a menudo cobra mayor relevancia que la palabra hablada. Fíjense: ¿En cuántos títulos del género podemos citar la importancia de lo que no se dice para comprender en su totalidad lo mostrado? En el Cine X es rara avis terminar la proyección con un sentido de clausura, y mucho menos de evolución de los personajes. Aquí se apremia al observador a que, una vez escondidos los juguetes, dé luz a una opinión sobre lo que ha presenciado y los motivos que se ocultan tras ello. La sutilidad y el realismo potencian la excitación más que suspenderla.
No quisiera llevarles a engaño alguno. The Punishment of Anne explora las relaciones interpersonales con una complejidad e inteligencia muy inferior a la de grandes expertos en el tema como Michelangelo Antonioni (véase toda su filmografía, pero en concreto L'Avventura) y, sin embargo, negar ese pequeño plus es hacer oídos sordos al talento de un autor muy por encima de la competencia fílmica en sus mismas coordenadas. Aceptémoslo: Radley Metzger sólo hubo uno y difícilmente podrá repetirse. Una vez dada por válida esta premisa queda únicamente el descubrirlo.
Los interesados en las dinámicas de dominación / sumisión harán bien en investigar el currículum de Maria Beatty, de intencionalidad e inquietudes fílmicas muy diferentes a las del director neoyorquino pero igualmente estimulantes.
Radley Metzger, 1976
Rebecca Brooke
Carl Parker
Marilyn Roberts
Yvette Hiver
3,5/5
En un mundillo tan propenso a la deshumanización y a la anemia artística como es el del Cine X, se convierte en misión baldía encontrar voces singulares que consideren al medio como algo más que un vehículo mediante el cual confeccionar un (lucrativo) producto. Independientemente del disfrute que se obtenga del visionado de las cintas de dicho género, cuestión que no debería trascender la esfera íntima del espectador por motivos obvios, el hallazgo de méritos creativos dista de ser la norma. Situación agravada por el paso del tiempo, ya que, tras el auge del vídeo en los ochenta, las producciones se destinan exclusivamente al soporte doméstico con el abaratamiento que ello conlleva a todos los niveles (incluido el artístico). Aquí el término "cine de consumo" adquiere su máxima expresión. Lo que se ofrece es un paquete de estímulos listo para fagocitar y olvidar a la misma velocidad con la que las imágenes abandonan la pantalla del televisor. Es una filosofía del "todo vale" en la que basta con ser capaz de sostener la cámara y apretar el botón de "on" para poder apropiarse legítimamente del rótulo de director. Mientras se exhiban cuerpos en apareamiento (con un lujo de detalle progresivo) la satisfacción estará garantizada.
No obstante, en los felices setenta el ahínco de nombres como los de Gerard Damiano (Deep Throat, The Devil in Miss Jones) o los Hermanos Mitchell (Behind the Green Door, Resurrection of Eve) nos hicieron creer en las posibilidades de lo explícito y en un futuro en el cual se abriesen nuevos e insólitos caminos para narrar (el énfasis es intencional) otro tipo de historias cinematográficas. Entre esa limitada lista de benditos se encuentra Radley Metzger, también conocido como Henry Paris, el mejor director de Cine X de la historia bajo el humilde criterio de esta recóndita parcela en la red de redes.
Encasillar a Metzger como pornógrafo, sin embargo, es pecar de restrictivo. Su interés por el erotismo antecede a la revolución que supuso el estreno comercial de Deep Throat en 1972 y la relativa normalización del género consecuente. En títulos como Therese und Isabelle (1968) y Camille 2000 (1969) dio numerosas muestras de su querencia por la anatomía femenina así como de una sana ausencia de prejuicios, mientras que en The Score (1973) derribaba barreras y se permitía el lujo de incluir escenas de sexo explícito homosexual en un contexto de lo más elegante. El salto a la X, inducido sin duda por una mayor rentabilidad pero también libertad artística, trajo consigo títulos memorables como The Private Afternoons of Pamela Mann (1975) con su delicioso (y bobalicón) sentido del humor, la imprescindible The Opening of Misty Beethoven (1976), versión picante de El Pigmalión dotada de un sobresaliente montaje y un bello (sí, bello) final, o Barbara Broadcast (1977), en la que Annette Haven irradia belleza cual aparición sobrenatural. Metzger también hizo sus pinitos en el mainstream en una versión actual de The Cat and the Canary (1979), pero la experiencia no fue del todo positiva y su carrera como director para todos los públicos se vio abortada. Desde 1984, año en que fue fechada The Princess and the Call Girl, no ha firmado nuevas obras, por lo que estudiar su producción se reduce necesariamente a un trabajo de arqueología. Queda la duda de conocer cómo se hubiese desenvuelto el artista durante los inciertos años de la vorágine del VHS y si su particular estilo podría haber llegado a hacerse un hueco, por qué no, entre los reputados auteurs de nuestros tiempos.
Probablemente no se halle muy lejano el día en el que su figura obtenga el reconocimiento que se merece y se reivindique su filmografía en festivales de prestigio. Aunque un Quentin Tarantino que sirva de espaldarazo no acostumbra a surgir de debajo de las piedras...
The Punishment of Anne se sitúa en un término intermedio entre sus escarceos con el softcore y su idilio con el hardcore. El sexo, a pesar de ser no simulado (en su mayor parte, al menos), ocupa una reducida proporción del minutaje y siempre está al servicio de la trama que a continuación se resume: Jean, aburrido en una fría e impersonal fiesta de la alta sociedad, posa su mirada sobre una exquisita criatura de cabellera dorada. El lugar y el momento parecen los indicados para tratar de lograr una nueva conquista, mas sus intentos son en vano ya que la muchacha, llamada Anne, se muestra cohibida y quizás esclavizada bajo el yugo de su autoritaria amiga Claire. Entre Jean y Claire surge una espontánea amistad que derivará en planes futuros conjuntos como un paseo por el parque acompañados por la callada Anne. Es entonces cuando Jean será consciente de la extensión de la relación entre las dos mujeres. Anne pide a sus dos acompañantes que se detengan para buscar un sitio donde hacer sus necesidades fisiológicas al no poder contenerse y Claire le replica que se alivie a la vista de todos, pero en especial a la de su nuevo amigo. La joven, visiblemente humillada, accede no sin vacilar y posteriormente Claire le castiga por su insolencia inflingiéndole arañazos en los muslos con las espinas de una rosa que ha cortado del mismo jardín. Tras este inusual episodio Jean encuentra fortuitamente a Anne en una librería y se acerca a hablar con ella. Sin la presencia de Claire, Anne es una mujer totalmente diferente y la extrema sumisión demostrada el día interior da paso a una insolencia que bordea en el desprecio. Lejos de disuadirle en sus propósitos, Jean encuentra esta contrariedad estimulante y decide que ha de poseer a esa chica cueste lo que cueste, por lo que intensifica los lazos que le unen a Claire. Entre los tres se forja un pacto tácito que implica dominación tanto mental como física (látigos, cadenas, agujas, mordazas... el lote completo), así como exhibición y ofrecimiento público. Un triángulo en aparente equilibrio cuyo punto débil pronto amenaza con quebrarse, desbordando las pasiones y estropeando la diversión.
Al igual que en el resto de filmes de Metzger, los personajes de The Punishment of Anne se ganan tal denominación y trascienden la mera excusa argumental con la que hilvanar una serie de viñetas eróticas. Respiran, palpitan, orinan, sufren, ríen (si bien en este caso el sentido del humor típico del director parece estar de vacaciones), sudan, comen y beben. Ocupan un volumen en el espacio en perpetuo movimiento, no limitando su campo de acción a lugares reservados lejos de miradas inquisitivas. Residen en ciudades, no en cubículos anónimos. Pasean, conducen, escriben, leen. A veces incluso demuestran tener una orientación política. En resumen: viven. O por lo menos se crea la ilusión de tridimensionalidad suficiente como para que el espectador establezca unos mínimos lazos empáticos con esas marionetas de carne (efecto poco habitual en el género que nos ocupa).
También reincide en la fascinación por la clase alta, su vestuario, sus fiestas, sus tapices y lo que bulle en los amuermados cerebros de sus integrantes, ansiosos por descubrir nuevos juegos con los que animar su monótona cotidianidad aun a costa de los sentimientos ajenos. La escenografía se cuida al detalle, eligiendo localizaciones con sabiduría y plasmando suntuosos platós que se encuentran más allá de las posibilidades (no sólo económicas) de la mayoría de los espectadores. Metzger mima la estética sin llegar a someterse a ella para mutar en un diseñador de inocuas fantasías plásticas (como pudiera ser el caso, y sin apartarse de la materia, de Andrew Blake). La imagen importa, pero no es el todo.
Desarrollar de manera satisfactoria un guión de carácter tan minimalista sin disponer de un apropiado talento interpretativo hubiese sido una tarea harto complicada. Afortunadamente el trio protagonista al completo aborda su papel con dignidad y oficio, regalando gestos y matices que hacen funcionar a un texto cuyos recovecos argumentales, especialmente en su tramo final, discurren por el camino de lo implícito. El lenguaje corporal toma el mando de la función y a menudo cobra mayor relevancia que la palabra hablada. Fíjense: ¿En cuántos títulos del género podemos citar la importancia de lo que no se dice para comprender en su totalidad lo mostrado? En el Cine X es rara avis terminar la proyección con un sentido de clausura, y mucho menos de evolución de los personajes. Aquí se apremia al observador a que, una vez escondidos los juguetes, dé luz a una opinión sobre lo que ha presenciado y los motivos que se ocultan tras ello. La sutilidad y el realismo potencian la excitación más que suspenderla.
No quisiera llevarles a engaño alguno. The Punishment of Anne explora las relaciones interpersonales con una complejidad e inteligencia muy inferior a la de grandes expertos en el tema como Michelangelo Antonioni (véase toda su filmografía, pero en concreto L'Avventura) y, sin embargo, negar ese pequeño plus es hacer oídos sordos al talento de un autor muy por encima de la competencia fílmica en sus mismas coordenadas. Aceptémoslo: Radley Metzger sólo hubo uno y difícilmente podrá repetirse. Una vez dada por válida esta premisa queda únicamente el descubrirlo.
Los interesados en las dinámicas de dominación / sumisión harán bien en investigar el currículum de Maria Beatty, de intencionalidad e inquietudes fílmicas muy diferentes a las del director neoyorquino pero igualmente estimulantes.
1 Comments:
Realmente interesante. Una vez más demuestras tu capacidad para encontrar la valía de películas que por lo general sesuelen ignorar como tales.
Saludicos!
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