S.N.N. (Sudorosos Negros Nazis)

THE BLACK GESTAPO

Lee Frost, 1975

The People’s Army es una organización dedicada a mejorar el bienestar social de la comunidad negra empobrecida de Los Ángeles. Aparentemente sus actividades no implican violencia, pero ello no les impide usar uniformes militares durante el ejercicio de su trabajo. Lo cual es comprensible, porque repartir medicinas y comida con una llamativa gorra roja es considerado por muchas culturas el epítome de lo cool.
No obstante, ser negro y molón no es suficiente para el ambicioso Koja, que, aprovechando un intento de violación a una hermana por parte de un par de estirados blanquitos, le plantea a su superior Ahmed la posibilidad de crear una división especial destinada a tener un ojo vigilante puesto en los problemas de la calle. Ahmed acepta no sin reservas… y motivos para desconfiar no le faltaban, pues una vez adquirido el poder Koja se convierte en un sudoroso megalómano empeñado en reclutar e instruir a un auténtico ejército en contra de la opresión blanca, pero también dispuesto a sacar tajada de cualquier asunto que huela a pasta; ya sean drogas, prostitución, apuestas, dinero para protección…
El negocio florece y pronto construye un complejo en el que los hermanos pueden ensayar desfiles militares, practicar tiro, sermonear desde el púlpito, y también relajarse en la piscina retozando con apetecible carne blanca mientras El Hombre le sirve las bebidas y los manjares preparados en la barbacoa. Koja o no se entera o no quiere hacerlo, pero la situación alcanza un punto de no retorno y tendrá que pararle los pies a su excompañero, aunque sea a costa de rajar alguna garganta y darse un chapuzón en la piscina. Cosa que, por otra parte, no le viene nada mal, pues se trata de una historia de mucho, mucho sudor, negro y blanco (y bastantes mujeres desnudas).

The Black Gestapo se sitúa en un nivel intermedio de logros y relevancia artística dentro de la corriente blaxploitation, pero en cuanto a simple y pura diversión puntúa muy alto. Tan sólo el delirante eje de la cinta (¿puede haber algo más chocante que un pelotón de negros emulando a un escuadrón nazi?) hace que la mitad de la guerra esté ganada desde el mismo inicio. Sazonada por unos diálogos políticamente incorrectos (aunque el dejar a las dos razas a la altura del betún relaja el ambiente), tetitas por doquier, y explosiones de violencia de diversa índole pero principalmente hacia las féminas, el filme puede presumir de ofrecer un entretenimiento ágil y uniforme; importantísima facultad de la que parecen carecer los directores del Hollywood actual. Una virtud que pone de manifiesto, por paradójico que parezca, la inteligencia de propuestas como las que nos ocupa, sabedoras de su público y del tipo de película que éste espera, actuando en consecuencia.

Destaca sobremanera la falta de prejuicios a la hora de colocar sobre la mesa los peores estereotipos raciales (especialmente los referentes a los de una raza en concreto, todo sea dicho). Ejemplo: uno de los primeros actos de Koja una vez establecido en el poder es castrar con una navaja de barbero en la bañera a un blanco que había violado a una hermana. El Hombre no tiene derecho a tocar a una de los suyos, constituyendo una grave ofensa. Sin embargo, no pierde tiempo en confeccionar un harén integrado exclusivamente por mujeres blancas, perpetuando la creencia de que dentro de todo negro existe el anhelo de ser blanco, aunque sólo sea por yacer con las deseables hembras lechosas.
Ahmed, que se revelará como un trasunto de Rambo en los minutos finales, se encarga de poner el oportuno contrapunto. Altruista, justo, comprometido, bondadoso, un tanto cándido, y, sobre todo, fornicador de mujeres negras, como debe ser, el personaje resuelve la difícil papeleta de aportar una versión positiva de su raza en el contexto de la historia, pero además nos ilustra sobre el correcto uso del swahili. Para que luego digan.

Si aún necesitan alicientes para dedicarle un visionado al filme, igual les sirve de utilidad indicarles la presencia de material de archivo de Hitler y su cuadrilla musicadas por una banda sonora de lo más groovy en la que no faltan wah-wahs.
La cultura pop lo fagocita todo y después lo regurgita de la forma más inesperada. Por eso la amamos tanto.