16.4.06

Pero, ¿quién es Drácula? (4)


Howard Vernon
Drácula contra Frankenstein (Jesus Franco, 1972)

El (supuesto) academicismo de El Conde Drácula (1970) no coincidía ni en forma ni en contenido con las inquietudes artísticas de Franco, siempre presto a subvertir preconcepciones del fantastique cinematográfico dentro de un esquema de actuación que, por otra parte, tiene bien poco de iconoclasta ya que su origen radica en un cariño hacia los mitos y lugares comunes del género más que en las ansias de deconstruirlos. Otra cosa es en qué estado le son devueltas al espectador las imágenes tras haber sido filtradas por la peculiar mirada del director.

En Drácula contra Frankenstein la intención era realizar un pastiche pop con los referentes básicos de la Universal en un divertido cóctel destinado a no tomarse en serio. “Un cómic”, según las palabras de Franco que de esta forma reincide y fortalece una concepción errónea del medio cuya extensión popular es, desgraciadamente, de amplio calado.
Por suerte no es el lugar ni el momento para disquisiciones sobre la fortuna o ausencia de ésta al cumplir los objetivos planteados. Centrémonos pues en la labor de Howard Vernon como portador principal de la capa y los colmillos en el filme.

La presencia física de Drácula en la cinta puede ser calificada de notable e incluso contundente si atendemos a comparaciones con la mayoría de los múltiples competidores surgidos a lo largo de la historia del cine. Vernon cuenta con unos marcados rasgos faciales (entre aristócrata europeo y fugado del frenopático, por ponernos pintorescos) que, resaltados por un eficaz maquillaje, aportan el toque preciso de amenaza y, por qué no, seducción imprescindible en toda caracterización acertada del personaje.

Su introducción en los primeros (y excelentes) minutos de la película es digna de mención. Drácula asiste como espectador casi subliminal a un deshabillé bastante pudoroso de la bella Anne Libert, quedando como única constancia de su presencia en la habitación su ominosa figura reflejada por los relámpagos de la tormenta que se desata con furia en el exterior de la estancia. Vernon aparece con los ojos abiertos de par en par evitando pestañear en todo momento, lo cual refuerza la ilusión de que estamos observando a una auténtica criatura sobrenatural. No puede decirse lo mismo del Frankenstein y el Hombre Lobo que comparten espacio vital con él, puesto que parecen confundidos asistentes a una fiesta local de Halloween obligados a enfundarse en sus disfraces y participar en el rodaje en contra de su voluntad.
No obstante, cualquier atisbo de carisma se desvanece conforme avanza el metraje entre lo tedioso del desarrollo de la historia y el papel reservado al personaje; un mero pelele al servicio del Doctor Frankenstein sin voz ni personalidad propias.

Tomen nota de dos hallazgos visuales a apuntar en el libro de curiosidades: Drácula duerme en su ataúd sin cerrar los ojos, inquietante característica de la novela original apenas plasmada en las adaptaciones fílmicas, y los vampiros sangran, literalmente, por los lagrimales al saciar su sed.
Sensacional.